sábado, 27 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Hazañas bélicas (I)

por Alicia Noci Pérez

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Llegamos a la serie número doce. Doce meses en los que he estado encantada de acompañarles y quiero aprovechar para agradecerles su atención, sus “me gusta” y sus comentarios.

Y me apetece dedicarla a José Luis Vázquez. Primero por, como decía al principio de todo esto, darme esta oportunidad y, además, porque sé que lleva mucho tiempo esperando que trate algún mes sobre películas bélicas. Pues ésta va a ser la ocasión. La primera, seguro que habrá otras porque esta temática es amplísima en el cine y puede abordarse desde diferentes puntos de vista.

He decidido titularla “Hazañas bélicas” en honor de uno de los más famosos cómics españoles, que yo conocí a través de mi padre.

A mí me gustan mucho las películas de guerra. En general, las dos Guerras Mundiales es un asunto que me resulta interesante, sobre todo desde el punto de vista humano. Me refiero a todas aquellas personas que vivían su vida con sus alegrías, con sus preocupaciones, pero con normalidad, y que se vieron abocadas a situaciones atroces. Como tropas, como personal sanitario, como ciudadanos... Se vieron y, desgraciadamente, se siguen viendo. Cuando visiono un documental o un film al respecto suelo pensar que podría ocurrirme a mí, que a mis abuelos les pasó con la Guerra Civil, que está sucediendo a unas pocas horas de avión, y no puedo evitar sentir cierta afinidad.

Quiero traer en esta ocasión a personas o batallas, que, lógicamente, llevaron a cabo personas, que tuvieron trascendencia en un mundo en caos.

Y voy a comenzar con “El sargento York”, la película que dirigiera en 1941 Howard Hawks sobre la vida de Alvin Cullum York, el soldado más condecorado de la Primera Guerra Mundial.

Soy un poco tramposa porque no es un film absolutamente bélico. Realmente está dividido en dos partes: una primera en que se nos presenta al personaje a fin de que entendamos la segunda parte. Y esta segunda transcurre entre la instrucción, en Camp Gordon, de Alvin (disculpen la familiaridad, se acaba pegando después de ver la película) y, por fin, en el frente con las escenas de acción.

Aunque la historia está basada en el auténtico diario del sargento, que editara Tom Skeyhill, y en la base relata acontecimientos ciertos, el guión se trabajó bastante. Lo escribieron a cuatro manos entre Abem Finkell, Harry Chandlee, Howard Koch y nada más y nada menos que John Huston. Además se eligió para el papel principal a Gary Cooper, que aunque no guardaba demasiado parecido físico con el real, le dio un empaque que le hizo ganar el Oscar a mejor actor. El resultado fue magnífico, con otro premio al montaje y varias nominaciones más, entre ellas película, director, la música del insigne Max Steiner (compositor de “Lo que el viento se llevó”), guión... Además, la recaudación alcanzó cifras muy elevadas.

Como les decía, la primera parte nos presenta a Alvin York como lo que era, un campesino de las Montañas Cumberland, en Tennessee. Gran aficionado a la bebida y a las peleas de bar, lo cual tampoco se puede considerar extraño dado que tenía una vida muy dura, convertido, desde la muerte de su padre, en cabeza de una familia bastante numerosa, tuvo que trabajar mucho para sacarlos adelante. En la película se deja constancia de todo ello, aunque la familia está más reducida

Tras una experiencia, que en realidad fue la muerte de un amigo en una de esas peleas y que en el largometraje se debe a un rayo, cual un moderno san Pablo, que deja doblado el cañón de su arma, Alvin sufre un cambio radical y abraza la religión de manera tan profunda que, cuando es llamado a filas, solicita ser objetor de conciencia en virtud de su pacifismo.

Finalmente, tras muchas conversaciones con sus superiores, consiguen convencerle y marcha para Francia con su unidad. Allí participa en la llamada “Grand Offensive”, la de Meuse-Argon, que resultó definitiva y llevaría a la rendición a Alemania.

El entonces cabo York, él solo, dada la cantidad de bajas que hubo entre sus compañeros, consiguió hacerse con un nido de unas treinta y cinco ametralladoras que estaban causando grandes estragos y acabó por matar a veintiocho enemigos con veintiocho disparos (no en vano tenía gran puntería como cazador que había sido). Acabó por recibir la rendición de un oficial alemán al que acompañaron sus hombres: ciento treinta y dos prisioneros.

Ya ascendido a sargento, recibió numerosas condecoraciones de múltiples países. Unas cincuenta distinciones en total que le acabaron convirtiendo en un héroe nacional.

Sin embargo, como dice en la película, él no se sintió orgulloso de lo que había sucedido, porque a fin de cuentas fue matar gente, lo que iba contra sus creencias, aunque lo hiciera, según sus propias palabras, para salvar las vidas de sus colegas, y porque los demás también habían arriesgado su integridad física. Así que se negó a hacer publicidad o películas sobre su vida (si aceptó ésta fue porque la protagonizaba Cooper, el mejor ejemplo de hombre sencillo y digno en la gran pantalla). Volvió a su casa, se casó con su novia Gracie, se dedicó a cuidar la granja que le regalaron mediante suscripción popular y, eso sí, aprovechó su fama en numerosas obras benéficas, en una carretera para mejorar las comunicaciones en Tennessee o en una fundación para facilitar el acceso al estudio de jóvenes con pocos medios, entre otras cosas.

Así que, ya ven, fue un hombre íntegro, de buen fondo, a pesar de verse arrastrado por la violencia de la guerra. Hay una escena en este sentido que me llamó la atención y es cuando dispara con bastante sangre fría al soldado germano, ya prisionero, que acababa de matar a uno de sus mejores amigos. Luces y sombras, sin duda.

Y quiero terminar con una curiosidad “técnica”. Cuando vi esta película por vez primera me fijé en los cascos del ejército alemán. Yo tenía la idea de que en la Primera Guerra Mundial llevaban esos cascos prusianos con una punta en su parte superior y creí que el director había preferido utilizar el modelo típico de la Segunda Guerra Mundial para una mejor identificación. Pues, por si les ocurre igual, les cuento que ese casco (el “Stahlhelm”) ya se había empezado a utilizar en 1916. Viendo las terribles heridas sufridas en la guerra de trincheras (hay una escena en que un soldado americano muere tras el impacto de metralla en su casco, que le hace un enorme agujero), se acaba por crear un prototipo con un acero más resistente, con esa forma típica del faldón, que conseguirá reducir enormemente las bajas por esta causa. Tan eficaz resultó que, con algunas modificaciones, duró décadas. Ya ven, la creatividad, que no se detiene cuando se trata de guerra.