viernes, 26 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... De elecciones (IV)

por Alicia Noci Pérez

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No imagino un escenario más diferente del que veíamos en la película de la semana pasada que el que contemplamos en la de ésta: “El disputado voto del señor Cayo”. Si la primera transcurría en California, la segunda lo hace en un pueblecito de montaña de Burgos. Eso sí, tienen en común que ambas ocurren en los años 70 y que están en periodo de elecciones, lo cual resulta lógico puesto que es el tema del mes.

Estupenda película, a mi entender, dirigida en 1986 por Antonio Giménez-Rico, protagonizada por Paco Rabal, Juan Luis Galiardo, Iñaki Miramón y Lydia Bosch en uno de sus primeros papeles, y basada en la novela homónima del maestro Miguel Delibes.

Decía que no imaginaba un escenario más diferente y, sin embargo, es una perfecta continuación de “El candidato”, lo que viene a demostrar que lo que nos diferencia son los medios, no los principios (ni tampoco los finales).

La historia nos sitúa en las elecciones de 1977, las primeras libres que tuvieron lugar tras la dictadura de Franco y que serían las que elaboraran nuestra Constitución de 1978. El Partido Socialista, recién legalizado, daría la sorpresa obteniendo 118 diputados y convirtiéndose en el principal partido de la oposición (seguro que más de uno pensará a día de hoy, y dadas las circunstancias, ¡qué tiempos aquéllos!). Lo cito porque el núcleo argumental lo protagonizan tres militantes socialistas, un candidato a diputado y otros dos compañeros, que están recorriendo la provincia de mitin en mitin. Llegan entonces a una pequeña aldea, Cortiguera, lugar real situado al norte de la provincia de Burgos. Allí se encuentran con Cayo, un hombre con setenta y cuatro años, ajetreado en las tareas del campo, que practica de manera tradicional, casado con una mujer muda, cuyos hijos se han marchado a la ciudad, y con un único vecino con el que se lleva a matar. Allí pasan con él el día, charlando, contando anécdotas del pueblo, descubriendo una forma de vida que está cayendo en el olvido.

Menudo trasunto de la España de la época. Un campo que se está abandonando por el éxodo de las nuevas generaciones, una forma de vida tradicional que choca con la nueva visión (la de Rafa, con medios de comunicación, medicamentos, tiendas para todo… vaya, la vida tal como la conocemos), una esposa muda, porque el papel de la mujer había sido hasta entonces secundario (ante lo que se rebela Lali), y un vecino que es el enemigo (aquello que escribió Machado: “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”).

Y en medio de todos, Víctor Velasco, el candidato, un hombre que ha pasado unos años en prisión por sus ideas políticas, que cree en la democracia con mayúscula, en la que explicas tu programa con sinceridad, con sencillez, para demostrar al electorado que es bueno que vote, porque es un momento crucial para el país, pero que debe hacerlo en conciencia, convencido de qué opción es la mejor, y en libertad. Otro de los militantes le preguntará “¿y si su conciencia no coincide con nuestro programa?” y su respuesta resulta tan honrada: “mala suerte”. Es un idealista convencido. Y de la conversación con Cayo saldrá reforzado en sus creencias. Sabe que es necesario el cambio social, pero valora lo que aporta la gente como el aldeano y tampoco está muy seguro de que ese cambio se esté haciendo a mejor. Tanto es así que acabará por renunciar al acta de diputado para emprender otro tipo de empresas. En cambio, el que sí que encaja es Rafa, que cumple a la perfección con los cánones del buen político.

Resulta curiosa la forma en que el director pone de manifiesto esta diferencia. La película se inicia en el presente, con el personaje que encarna Iñaki Miramón sentado en un escaño, al que le entregan una nota informándole de que V.V. ha muerto. Y él sale para ir al entierro. Allí se encuentra con Lali y rememoran aquel viaje. Toda la acción presente está filmada en blanco y negro. El color, en cambio, inundará el flashback. Quizás es que “el futuro es muy oscuro”, como cantaba Antonio Molina.

Pero les decía que Víctor es un idealista y ahí radica el punto de enlace que tiene con “El candidato”. Si recuerdan, Bill McKay se queda muy desencantado tras la campaña electoral y entonces les comentaba que tal vez los idealistas se diluían en la política. El candidato español ya digo que es igual de idealista y que acaba igual de desencantado, por eso se va. Estoy casi segura que, si hubiera seguido la historia, al senador americano también le habría llegado el deseo de abandonar su cargo. Y es una pena, pero éstas son actitudes escasas y con una dura “recompensa”, porque a Víctor le consideran un traidor a su partido y a sus compañeros. En realidad, podemos decir que siempre corren “malos tiempos para la lírica”, como cantaban Golpes Bajos.